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Supongo que todo el mundo, en algún momento de su vida, ha comido esta fruta que aparece en nuestros mercados en otoño, llegando a su mejor momento a mediados de noviembre hasta finales de diciembre. Aunque su estacionalidad es corta, es una fruta muy apreciada, no solo por su excelente sabor dulce, sino también por la gran cantidad de propiedades que posee.
La granada, originaria de la zona de Irán, ya se ha naturalizado en la zona mediterránea propiciada por el clima templado del que gozamos, y ya en tiempos de los egipcios se utilizaba no solo con fin alimenticio, ya que existía la creencia de que era efectiva contra la fiebre y ayudaba en la prevención de enfermedades. Estudios actuales demuestran que los egipcios (como siempre) no se equivocaban y se sugiere que, a parte de ser muy rica en antioxidantes, potasio, calcio y vitamina C, podría tener efectos de prevención de ciertos tipos de cáncer.
Característica visible de esta fruta roja y brillante, que parece haber sido coronada, es la gran cantidad de pepitas que posee, causa por la cual hay gente que desiste de comerla, al igual que por su dificultad a la hora de pelarla (si uno no conoce el método adecuado). Esta gran cantidad de pepitas hizo que en épocas pasadas se considerara a la granada como un símbolo de fertilidad para las culturas orientales.
En el mundo se conocen unas 15 variedades de granada, y a la hora de trabajar con ella contamos con una gran versatilidad y se abre ante nosotros un enorme abanico de posibilidades: la podemos consumir al natural, para repostería, para combinarla en la cocina, ya sea para acompañamiento o bien para hacer de ella una sabrosa salsa; ya en la antigüedad se utilizaba para hacer vino.
Se acerca el momento de poder disfrutar de esta fruta, que a la par de su versatilidad no pasa inadvertida por ese sabor dulzón tan característico que posee, siempre y cuando a uno ¡no le importe masticar algunas pepitas!
