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Ariadna Salvador: el camino consecuente

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riadna Salvador se define con una frase construida desde la experiencia. “Soy una todoterreno que intenta pasárselo bien con lo que hace sin dejar de ser fiel a mí misma”, afirma cuando habla de qué es ser diseñadora de dulces, el subtítulo de su proyecto más personal: Ninumà. Este obrador de dulces y salados desde el que sirve pedidos para eventos es el resultado de transitar un camino que tiene muy claro. Hasta que, usando el verbo que define su trayectoria, “fluya” por un camino nuevo.

Y es cierto que, mientras Ariadna desgrana detalles sobre su trabajo, sus pasiones y sus ganas, uno tiene la sensación de que ha sido la realidad la que le ha dibujado el camino. Pero que ha sabido adaptarse a ella y encontrar un hueco en el que, sobre todo, divertirse y, en su voz, expresarse “a pesar de que sea cursi, desde el corazón”. Tiene claro que ella no ha puesto las reglas, pero sí puede jugar a su propia manera. “En una charla a chavales de la escuela de hostelería sobre creatividad, les decía, y esto no es algo nuevo, no estoy inventando la pólvora, si lo que haces no te gusta, no lo hagas. Así que intento hacer lo que me gusta”. Es fácil decirlo, pero no tan fácil conseguirlo.

Le brillan los ojos cuando explica la ruta que la llevó a ser diseñadora de dulces, “o cocinera, porque cada vez soy más todoterreno y me estoy abriendo más a la cocina en general”. De los estudios de producción audiovisual pasó al diseño de vestuarios por una necesidad, la de “no encontrar ropa que me gustara ni de mi talla; así que empecé a diseñar yo misma”. Ganó un Art Jove, montó una tienda y se puso a trabajar en una multinacional de la moda. Mientras todo esto pasaba, en su tiempo libre, cocinaba postres: para sus amigos primero y en mercadillos después. “Monté un puesto, luego otro, y me di cuenta de que me hacía muy feliz”. Así que dejó su trabajo a tiempo completo y empezó a estudiar cocina. Todos estos cambios fueron alimentando el camino que le ha llevado hasta el día de hoy. “No me quejo del cambio, porque todo lo que he hecho, tiene un sentido para lo que he terminado haciendo después”, añade.

Más cine, por favor

Y esa experiencia audiovisual y de diseño de ropa le dan un bagaje cultural muy concreto. De hecho, en una de cada cinco frases de Ariadna hay una referencia al cine o a novelas gráficas. Por eso parece sencilla la compleja fórmula con la que combina lo visual con lo gustativo. Porque es consciente de que su trabajo no es un trabajo al uso y que juega en una liga en la que su método y sus resultados no son habituales. “Los cocineros trabajan a partir de una tradición, de un recetario, de un producto… yo funciono un poco diferente”.

Ariadna empieza con el concepto y la temática. Eso le da un esquema a partir del que crear. “Busco elementos que me lleven al núcleo”, explica. A partir de aquí, su cabeza se convierte en un torbellino de pasos y, mientras lo narra, sus manos se mueven a toda velocidad, como si lo dibujaran en el aire. “Por ejemplo, el otro día tenía que hacer un postre de película y elegí La naranja mecánica. Obviamente, tenía que ser una naranja, pero muy, muy sabrosa. La reduje al máximo, luego hice un sirope con ella. Pero tenía que añadirle algo más, algo muy icónico de la película: una leche plus. Algo tan sencillo como una leche merengada montada sobre unas en las botellas de leche con el logo del Moloko. Luego le añadí un núcleo súper ácido y peta zetas para que tenga un efecto muy divertido”. Sus palabras parecen incluso tener sabor. “Son cosas muy sencillas, pero juegas con una teatralidad en servicio que hace que la gente lo mire con una sonrisa. Y, además, está muy rico. Porque no me olvido de que tienes que comértelo”, añade. “Puede ser muy bonito, pero si no está bueno, no merece la pena”. No es de extrañar, conociendo sus orígenes, que su idea sea esa.

Es cierto que el hecho de no tener un negocio de cara al público le da una libertad con la que jugar. “Este tipo de negocio es para hacer feliz a la gente. Porque tú vas a un restaurante a pasarlo bien, a comer y a disfrutar. Y, si encima te cuentan algo y te vas de ahí con una sonrisa y feliz, pues es lo más grande”, cuenta.

Pero no por ello hay que olvidarse de que se trata de gastronomía. “Soy muy respetuosa hacia el comensal. Respeto el producto, la temporada, la técnica, a los compañeros…”, expone, para luego añadir con una sonrisa: “Aunque luego termino haciendo lo que me da la gana”. Algo que puede parecer excesivamente etéreo, pero que tiene una base muy sólida que se describe con una frase: “La pregunta es: ¿yo me lo comería? Entonces sí. Si no, no lo hago”.

Mantenerse en equilibrio

Su futuro cercano no tiene muchos atisbos de cambiar de nuevo, aunque la reconversión del obrador para abrir de cara al público es una idea que está muy presente. “Por ahora estoy muy bien donde estoy”, explica. “Meterte en un proyecto de alta gastronomía supone una dedicación 24/7. Lo he vivido, porque he tenido un restaurante en el que nos hemos dejado la piel, pero el momento vital en el que estoy ahora, con un niño pequeño, es otro. El equilibrio que he encontrado entre trabajar y la vida personal es perfecto”.

Desde aquí, todos los deseos de una vida placentera para que su cabeza sea capaz de convertir cada idea en una explosión de sabor y ganas en los bocados que sirve. Colores, diversión y exquisitez, todo en un mismo plato. ¿Cuándo será el próximo?

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